Entre el principio y el fin del siglo XX los estudiosos han recorrido el camino que va de ignorar por completo la música del continente negro por primitiva, a reconocerle una superioridad manifiesta dada su riqueza y complejidad; nada raro si consideramos que la Musicología, enclaustrada como estaba en la historia sonora occidental y clásica, tardó también en aceptar las músicas folklóricas europeas y sólo después de esto valoró las tradiciones del resto del mundo. Lo primero que hay que observar es que el 90 por ciento de lo que escuchamos es "música negra"; a ver si no de dónde han salido Blues, Jazz, Mambo, Cumbia, Soul, Son, Samba, Reggae, Rap,... De África.
El concepto africano de música difiere radicalmente del que tenemos en Occidente. Más allá del tópico de que los negros tienen "el ritmo en el cuerpo" hay que considerar que para ellos no está relegada a ser un arte o una parte de la cultura sino que está en la vida misma, conserva su funcionalidad, no es ocio sino herramienta. En unas sociedades sin escritura la tradición oral lo es todo y las armonías y locución de las múltiples lenguas han propiciado la partitura adecuada para relatar y acompañar las diversas actividades y la vida de los pueblos, memorizables para ser transmitidas de padres a hijos en ceremonias específicas y así enseñarles su cometido familiar y social (¿quién no se acordaba antes de la música de la tabla de multiplicar que de la letra?) Todos los ciclos vitales, las labores agrícolas, ritos religiosos y hasta la política están impregnados de cantos y ritmos para cada ocasión.
Además de su relación con el lenguaje, lo está también con la danza y expresión corporal ya que no se trata sólo de manifestaciones sonoras sino ritos comunales y descriptivos, identitarios de cada etnia. Suele tener un carácter repetitivo en su sonido básico inicial, natural y simple, mas sobre éste se suceden polifonías y poliritmos complicados, con gran sentido de la improvisación. Una de sus características esenciales es el elemento coral y más concretamente el llamado canto responsorial -o de "llamada-respuesta"-, en el que el solista es continuamente contestado por el grupo, y que, aunque presente en otras tradiciones, aquí es la norma. La impronta de la voz, natural y desinhibid, es variadísima, desde el susurro al grito enérgico y el gruñido, con cambios bruscos del agudo al grave, etc.
En cuanto a los instrumentos la mayor proliferación corresponde a los de percusión, de variadísimas formas y materiales; también son numerosos los de cuerda, desde los de una sola, como el arco, hasta las veintiuna de la kora. Pero si hay uno que se considera de origen africano es la sanza, y bien raro que es pero muy simple: básicamente una cajita sobre la que sujetan unas lengüetas metálicas que se hacen vibrar al dispararlas con los pulgares, se le llama "piano de pulgar", dejando escapar un sonido hipnótico y sugerente a la vez que dulce.
También hay que citar las numerosas influencias que han incidido sobre la música negro-africana en su azarosa historia. La primera y principal es la rica tradición árabe que desde el Norte fue dominando política y económicamente las estratégicas rutas comerciales que llegaban al Mediterráneo desde el Golfo de Guinea. La expansión de la religión islámica penetró muy al Sur en todo lo ancho del continente.
A esta corriente Norte-Sur le sucedió el desembarco de los europeos en todo su entorno costero, sin adentrarse mucho en su interior -grandes zonas del África central seguían inexploradas hace 150 años-, pero organizando una corriente obligatoria hacia los puertos por los que se dedicaron a esquilmar sistemáticamente todas sus riquezas, entre ellas millones de personas. Todos fueron trasplantados a otro continente, con su memoria y tradiciones a cuestas, y allí, en América, se produjo la sincreción de elementos de las tres partes del mundo que ha derivado en la ristra de estilos que cité al principio. En el pasado siglo se produjo el inevitable retorno de este ancho abanico de mezclas, abrazadas como propias por los africanos, y vuelto a evolucionar en multitud de formas que conforman la actual música popular.
Las iglesias cristianas, los diferentes países colonizadores, además de los distintos aspectos geográficos, han determinado grandes zonas estilísticas que a pesar de la hipercomunicación y fusiones actuales conservan su encantadora personalidad y variedad.
Lo que proviene de África Occidental ha alcanzado gran difusión entre nosotros. Su herencia viene del gran Imperio Mandinga y los griots (especie de trovadores) son los encargados de mantener la tradición acompañándose de la kora; son tierras de yembé como percusión principal y que en los 60, con la alegría de la independencia, vieron resurgir orquestas que interpretaban ritmos cubanos en su peculiar adaptación al wolof o bambara (idiomas de la zona). Abidján, Bamako y Dakar fueron bases de aquella exhuberancia. Distinta evolución tuvo esa rumba afro caribeña entre los bantúes de la zona de los Congos, Gabón, etc., donde guitarras saltarinas, coros y gritos acelerados conforman el frenético ritmo del sukús. En medio, en el corazón del Golfo, hay una cuña formada por Nigeria y Camerún con estilos bien distintos como afrobeat, makossa y fuji, más emparentados con jazz y soul, con grandes e influyentes artistas surgidos en los 70. Llegados a Suráfrica damos con una familia de músicas que han estado escondidas mucho tiempo; corresponden a los sosa, shona y zulúes y evolucionaron en los guetos en estilos como el township o el mpaqanga. También los cantos de trabajo y coros evangélicos producen voces de una profundidad asombrosa. En Zimbabwe la mbira (especie de sanza) es el instrumento principal, y también existe el moderno ritmo de chimurenga.
Toda la zona centro-oriental -Kenia, Grandes Lagos, hasta Mozambique- se nutre de bailes comunales basados en grupos de tambores numerosos con ritmos cercanos al trance por lo estruendoso. También una corriente de Oeste a Este ha extendido el sukús como ritmo moderno. En Kenia persisten los gritos acompañándose del nyatiti. En la misma costa, las formas musicales árabes bajan hasta Zanzíbar, cantándose en swahili (música taarab) y también existen orquestas de marimbas. No me he olvidado de el cuerno de África: Somalia, Eritrea y, principalmente, Etiopía que además de albergar a los cristianos más antiguos posee una música totalmente desconocida aquí, cuajada en los clubs cosmopolitas de Adis Abeba, que suena intrigante y oscura con voces vibrantes heredadas de cantos de pastoreo. Y Madagascar, la isla grande que posee tanta diversidad musical como variedad de lemures; el salegy es la más conocida y la valiha su instrumento nacional pero hay una variopinta gama de estilos corales en sus distintos idiomas y comunidades. Las islas del Índico son también casos particulares. En Reunión se da una música criolla cercana a la antillana; en Comores es el estilo twarab y cantos exclusivamente femeninos; en Mauricio es el sega que se mezcla con el reggae, y en las Seychelles este mismo y el contonbley.
En cuanto a las influencias coloniales se ha de mencionar la “lusofonía”, países de lengua portuguesa, cuyo prototipo es Cabo Verde, con su música melancólica de mornas y coladeiras. Existe una ínter influencia en esos países -Angola, Guinea-Bissau- con el fado y la música brasileña.
con vuestro permiso dedico este blog a mi amiga... Mai !!.. que me inspiró a realizarlo... gracias querida!!