La terrible “maldición del segundo álbum” se cierne sobre PJ “Starkey” Geissinger como la oscura sombra de un eclipse. Todo un clásico. Es lo que tiene facturar una ópera prima de la calidad de “Ephemeral Exhibits” (Planet Mu, 2008), un álbum tremendo, tremendista y grandilocuente –como casi todo lo que hacen los yanquis cuando intentar copiar productos europeos–, y continuarla con un goteo de EPs que solidificaba el crédito otorgado tras su estreno en largo. Starkey se ha crecido, se ha confiado y se le ha ensanchado el culo mientras ha estado sentado en el trono del streetbass.
La garra sucia de la que hacía gala en “Ephemeral Exhibits”, ese nervio guarro, sórdido y esquizo brota sólo a ratos, empañado por el giro amable, rosa pastel y algo gay-friendly que ha tomado su sonido para este “Ear Drums And Black Holes”. El de Philly parece haber descubierto su lado femenino, como queriendo demostrar que, a pesar de sus gorras planas, su afición por los cómics y la ciencia-ficción futurista, es un chico con sentimientos.
Destapar esa vena, sin embargo, no ha sido del todo contraproducente. “Stars”, ya conocida por todo aquellos que le hayan seguido los pasos, es bonita hasta decir basta. El mérito se reparte de forma equitativa entre la dulzura de la voz de Anneka, la atmósfera nebulosa interestelar de los beats y cuatro pinceladas evocadoras de acid. Parece que a Starkey le sienta bien la compañía de la vocalista inglesa, pues junto a ella firmó en dos horas (joder, menos de lo que me lleva a mí firmar estas líneas) un magnífico track-experimento para Mary Anne Hobbs y su proyecto “Building The Beat”.
A Geissinger se le da de maravilla apagar el motor de su nave espacial y dejarse llevar por la deriva de la ingravidez mientras contempla el paisaje. Algo parecido ocurre en “New Cities” junto a la japonesa Kiki Hitomi, aunque no con tan buena fortuna. Si has veraneado en Benidorm, esas líneas de sintes te recordarán a los tipos extraños tocando versiones instrumentales con sus teclados para deleite de la tercera edad y las “lumis” oportunistas en busca de su viudo. Un punto chabacano que desfigura un poquito la ternura del tema.
La vena meliflua y dulzona de Starkey tiene su gancho, el problema no es que la explote. El problema también es que se expande a lo largo del disco cuando su creador quiere parecer rudo, malote y vulgar. Pero su creador tiene el nivel de testosterona más bajo que cuando parió su primer trabajo. Donde había patadas y puñetazos, hay cachetes y collejas. Donde había bajos con sobrepeso propios de Baltimore, beats cortantes y contundentes de dubstep apocalíptico o estacazos de acid propios de un mal viaje en una rave sucia, hay melodías amables, goteos de skweee y destellos de new funk petardo a lo LMFAO, en su repertorio más melindroso, o Dâm-Funk.
El nervio sólo rezuma en “Capsule”, en esas cuatro notas de parca trascendencia que aparecen y desaparecen en “Murderous Words” y que arreglan el desaguisado, y en “Fourth Dimension”, un engendro retorcido de dubstep purpúreo y recargado con líneas melódicas caóticas y estruendosas que invitan al desquicie violento; precisamente esto lo convierte en uno de los pasajes más atractivos del disco. En esta relación se podría incluir “Spacecraft”, que hace gala de graves poderosos, la fuerza del bass y melodía tremendista. Pero ahí está la vena moña, rompiendo la magia, fingiendo ser algo que no se es. Starkey rememora su infancia en la coral queriendo emular a Chromeo o T-Pain con un resultado algo bochornoso y, sobre todo, fuera de lugar. En “Alienstyles” reincide con la broma y se explaya, demostrando que lo del autotune se le ha ido de las manos.
Sin llegar a suspender, Starkey baja la media de su expediente. Le pasa a todos los alumnos aventajados alguna vez en su vida, bien sea porque relajan el ritmo fruto de su insuflada seguridad, bien porque la presión de las expectativas les conduce al cortocircuito. “Ear Drums And Black Holes” será un tropezón –que no una megahostia– en la discografía del pelirrojo. Pero no significa en absoluto que haya que descartarlo como proveedor de buen material; sólo hay que volver a mirarlo con el rabillo del ojo, en vez de seguirlo como si la vida nos fuera en ello. Confiemos en que, quitándole presión al chico, pronto vuelva a ser el de antes.
Mónica Franco
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